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El mito del amor incondicional en las relaciones románticas



"Te amo sin importar nada mas."

"Me estás volviendo loco."


"Eso es muy considerado de tu parte."

"¿Como pudiste hacer eso?"


"Quiero pasar una eternidad contigo".

"Ya no puedo seguir en esta relacion".


"Quiero más tiempo juntos".

"Necesito espacio."


¿Cuántas veces hemos dicho y oído estas frases? ¿Con qué frecuencia las hemos dicho y escuchado dentro de una relación? Para aquellos de nosotros que somos dolorosamente conscientes de lo que hace que sea difícil vivir con nuestros seres queridos... ¿qué creemos que hace que sea difícil vivir con nosotros?


La "ambivalencia relacional" es la experiencia de pensamientos y sentimientos contradictorios (de amor y odio, atracción y disgusto, excitación y miedo, desprecio y envidia) hacia alguien con quien tenemos una relación.


Lo experimentamos con nuestros padres y nuestros hermanos. Sentimos el tira y afloja entre las partes de nosotros que siempre están entrelazadas con ellos y las partes de nosotros que quieren separarnos.

Lo vivimos con nuestros hijos, esos seres que nos enseñan un amor que nunca hemos conocido y una frustración sin igual.

Lo vivimos con nuestros amigos, a los que realmente no queremos ver pero acabamos sintiéndonos obligados a invitar a nuestra boda.

Lo experimentamos en las primeras etapas de las citas, cuando el compromiso con otra persona parece venir acompañado de una pérdida de uno mismo.

Es posible que queramos una experiencia de amor, apoyo y seguridad mutuos, pero no si eso nos quita la libertad.

Lo experimentamos en una relación que no ha crecido, que se siente estancada, cuando nos involucramos en ese traicionero análisis de costo-beneficio preguntándonos si podríamos hacerlo mejor.

Lo experimentamos en relaciones a largo plazo en las que, frente a una variedad de experiencias que van desde la toxicidad hasta el aburrimiento, podemos sentirnos acosados ​​por la pregunta "¿debería quedarme o debería irme?". Nos sentimos atrapados en la relación, pero no queremos perder lo que hemos construido juntos: un hogar, una familia, un pequeño universo que a veces se siente como el cielo y, otras veces, como el infierno.


La ambivalencia existe en toda configuración relacional, pero ejercemos mucha presión sobre el amor romántico, en particular, para que la supere. Se nos enseña que el amor es incondicional, la pasión es absoluta y que encontrar "al indicado" debería despejarnos de toda duda. Pero las relaciones nunca son en blanco y negro.


Aprendemos que se supone que el amor romántico nos inunda de certeza y, por tanto, no hay lugar para la ambivalencia. Pero la ambivalencia es tan intrínseca a las relaciones como el amor mismo.

Cuando se trata de relaciones románticas, "hasta que la muerte nos separe" no es sólo un voto, es un plan. ¿Pero qué pasa cuando los planes cambian? ¿Qué sucede cuando no satisfacemos las necesidades de los demás? ¿Qué pasa cuando cometemos errores o cuando la persona que amamos se comporta de una manera que no podemos tolerar? ¿Qué pasa cuando la relación se mancha con mentiras, traición o duplicidad? De repente recordamos que el amor puede doler y duele profundamente. Y una de las experiencias de ambivalencia más desafiantes es cuando nos encontramos todavía amando a la persona que nos ha lastimado profundamente.


La ambivalencia es un sentimiento incómodo. Cargado de contradicciones, nos hace dudar de nuestros sentimientos y elecciones. Puede hacernos pensar que hemos fracasado o que, sin importar la decisión que tomemos, fracasaremos. Este malestar nos hace anhelar una respuesta definitiva. Entonces nos obligamos a ir en un sentido o en otro. Suele regirse por tres líneas:


Opción 1: Nos vamos. Cortamos y corremos. ‍

Terminamos la relación que tiene demasiados altibajos.

Les decimos a nuestros padres narcisistas que no estarán en la vida de sus nietos.

Le decimos a nuestro hermano en apuros que ya no apoyaremos sus malos hábitos.

Iniciamos una "ruptura de amigos" (un desamor que no recibe suficiente atención).

Avanzamos hacia el futuro igual y opuesto a nuestra realidad actual.


Opción 2: Justificamos quedarnos aunque no nos parezca correcto.

Ya sea porque sentimos que no merecemos algo mejor, porque tenemos miedo de estar solos o porque sentimos que no tenemos otra opción. Todos estos sentimientos dolorosos y complicados a veces se esconden bajo la bandera del "amor incondicional". Es hermoso decir "te amo incondicionalmente", pero el amor no es una obligación, es un regalo. Cuando se vuelve coercitivo (cuando nuestra pareja dice "si me amaras, me aceptarías por completo"), en realidad estamos experimentando una distorsión del amor. Y, en ocasiones, también son situaciones en las que la falta de amor propio se disfraza de amor incondicional hacia una persona que no lo merece.


Opción 3: Mantenemos la ambivalencia.

La ambivalencia ocupa un espacio emocional en cada relación; solo depende de cuánto. A menudo pensamos que necesitamos resolver la tensión y llegar a una resolución. A veces lo hacemos (especialmente en relaciones abusivas). Sin embargo, en la mayoría de las situaciones, mantener la ambivalencia es, en sí mismo, una forma de aceptación radical. Esto puede ser cierto en cuanto a cómo aceptamos nuestras relaciones y cómo nos aceptamos a nosotros mismos.


Esta opción nos pide que nos sentemos un rato con el sentimiento de ambivalencia. Deja de intentar justificar, deja de negociar y simplemente siéntate con ello. ¿Podemos aceptar que podemos amar completamente a una persona sin tener que amar cada parte de ella?


Ésta es una expectativa mucho más realista del amor y las relaciones románticas. Tal vez sea saludable permitirnos que a veces realmente no nos guste la persona que amamos. Quizás sea una necesidad. Considere esto: quizás la forma más elevada de amor no sea incondicional. Quizás se acerque más a la descripción que hace Terry Real de la autoestima: nuestra capacidad de vernos a nosotros mismos como imperfectos y aun así tenernos en alta estima. ¿Podemos hacer eso también por nuestras relaciones?

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